El fin de la ciencia no es abrir la puerta al saber eterno, sino poner límite al error eterno.
Galileo Galilei
Hace unos días tuve una enriquecedora conversación acerca de la migraña con un grupo de neurólogos en Twitter e Instagram, que surgió a raíz de unas publicaciones mías en las redes sociales. En una decía que la migraña no es una enfermedad; en la otra, que no había ninguna razón científica para considerar al neurólogo como el especialista para tratar la migraña.
Como me dio la impresión de que quedaron dudas acerca del tratamiento para la migraña que se ofrece desde mi perspectiva, voy a explicar las razones de tales afirmaciones. Respecto a la primera publicación, la definición de la OMS (Organización Mundial de la Salud) de enfermedad reza así:
«Alteración o desviación del estado fisiológico en una o varias partes del cuerpo, por causas en general conocidas, manifestada por síntomas y signos característicos, y cuya evolución es más o menos previsible».
No existe, ni de lejos, alteración o desviación alguna del estado fisiológico del sistema nervioso de las personas que sufren migraña, ni en una ni en varias partes, por causas en general conocidas, manifestada por síntomas y signos característicos, cuya evolución sea más o menos previsible. Por tanto, quien defienda que la migraña es una enfermedad, quizá debería hablar con la OMS para que cambien esta definición.
Respecto a la segunda afirmación, si el neurólogo es el médico que trata las enfermedades del sistema nervioso, y no se ha encontrado ninguna enfermedad en el sistema nervioso de las personas que sufren migraña, y además no dispone de un tratamiento eficaz para la migraña, ¿en qué se basa dicha atribución generalizada?
La neurología se considera la disciplina indicada para tratar la migraña por la esperanza de que algún día se encuentre en el sistema nervioso la causa de la migraña, no porque se haya encontrado. Hoy en día tenemos una esperanza y cero evidencias. Para manejar esta situación, algunos neurólogos se ven obligados a organizar autos de fe que les permitan ajusticiar herejes y reforzar la fe en el advenimiento del fármaco para la salvación de las personas que sufren migraña.
El caso es que me invitaron a uno de estos autos de fe y descubrí, con gran estupor, para ser sincero, que algunos neurólogos aún creen que el dolor es algo que brota de los tejidos, que es lo mismo que pensar que el miedo que «da» una serpiente es algo que emana de ella misma y no de un organismo que la ha percibido como un peligro.
El dolor no es un estímulo, es una emoción que solo existe en la conciencia de la persona: no puede nacer en un tejido, así como tampoco se puede detectar, percibir o medir objetivamente. El dolor no se guarda a lo largo y ancho de nuestro organismo para brotar cuando se dañan los tejidos. Es una emoción que sigue a una percepción. Es la forma que tiene nuestro organismo de inducirnos a realizar una conducta (quitar la mano de un radiador ardiendo, no mover un brazo roto…) para lidiar con aquello que ha percibido como amenazante para nuestra integridad.
Lo que el daño provoca en los tejidos es un ESTADO, no dolor. Por eso las neuronas especializadas en detectar tales estados se conocen como nociceptores (Charles Scott Sherrington), porque son receptores de NOCIVIDAD (del latín nocere: daño, dañar, perjudicial), no de dolor. Detectan las variaciones en los estados de energía mecánica, térmica o química, que sí son entidades detectables, o moléculas como las DAMP (Damage Associated Molecular Patterns), que son señales de daño celular, entre otras. Jamás dolor.
Si te clavan unas astillas bajo las uñas, te duele, sí. Sin embargo, el dolor no está guardado bajo las uñas para salir pitando en un impulso nervioso hasta el cerebro y ser percibido. Lo que desencadena el dolor es la valoración del organismo acerca del estado que producen las astillas en el tejido que está bajo las uñas. De ahí que ni el queso curado ni la histamina puedan provocar dolor; este solo puede surgir de una percepción de amenaza.
¿Se puede curar la migraña atendiendo exclusivamente al cerebro?
La piedra angular que sostiene la fe en que algún día se encuentre en el sistema nervioso la cura definitiva para la migraña es la conceptualización que hace la neurología de la emoción. Según esta conceptualización, cada emoción primaria tendría una sede específica, concreta y única, responsable de su activación y regulación, que sería un evento exclusivamente neuronal con un lugar cerebral propio. El fundamento de esta creencia es una teoría locacionista; en base a la activación de una zona del cerebro en concomitancia con una emoción particular, se concluye que esta es la responsable única de esa emoción.
No voy a ocultar que me sorprendió muchísimo porque, al menos en psicología, la teoría locacionista fue descartada hace mucho tiempo. El paradigma actual es el constructivista: el sistema cerebro-mente está siempre involucrado en una interacción entre sus componentes para la activación de una emoción. Las emociones surgen de una dinámica basada en reacciones bioquímicas que desencadenan activaciones eléctricas, a partir de dinámicas psicológicas y una constante interacción entre la persona y la realidad externa e interna.
Percibir es interpretar a través del psiquismo las señales provenientes de los cinco sentidos. Un proceso mental (los procesos cerebrales son parte de la percepción, pero no la constituyen) en el que la persona interpreta un evento en base a su cultura, situación, creencias o experiencias pasadas. Una respuesta emocional es una valoración que, en ausencia de estímulo perceptivo que la desencadene, no puede existir. Las emociones se transmiten por un estímulo externo o interno al organismo, que activa su respuesta; no pueden ser estudiadas en sí mismas porque son expresión de una dinámica interactiva. La zona cerebral activada en una migraña no es la causa, es una de las partes del sistema que permite sentir emociones.
Sin embargo, la neurología toma la parte por el todo e interviene en las reacciones cerebrales estimando que una emoción empieza y termina en el cerebro.
Los tratamientos para la migraña basados en fármacos, ayudan a manejar los brotes de dolor; no a todas las personas y no en todas las ocasiones, pero ayudan. Aquí reside el pecado original: estos efectos son tomados como la prueba inequívoca de que la solución está en mejorar la comprensión de lo que ocurre en esa zona cerebral específica, para desarrollar fármacos que la inhiban eficazmente, cuando esta activación cerebral, lejos de ser la causa de la migraña o una respuesta autónoma debida a un problema genético desconocido, no es más que la respuesta natural que acompaña a una percepción de amenaza. La activación cerebral no es el problema, el problema es la percepción que la desencadena y que el fármaco no es capaz de cambiar.
Actuar exclusivamente en la activación cerebral, en una de las partes del sistema que permite la percepción, supone, en términos de la teoría de los tipos lógicos, un cambio de tipo 1: cambios que no modifican el sistema. Por ejemplo, si estás en una pesadilla puedes correr, gritar, pelear, esconderte…, pero sigues dentro de la pesadilla. La forma de salir de la pesadilla es despertar, esto es, un cambio de tipo 2 que permite salir del sistema. En el mejor de los casos, los fármacos ayudan a manejar los brotes, pero dejan intacta la percepción, por lo que la migraña se cronifica.
La neurología se centra exclusivamente en el cerebro, cuando ya el blasfemo Butler (2016) demostró que, aunque puedan verse patrones semejantes, las partes del cerebro activadas en una experiencia de dolor, así como la cantidad de actividad, ni siquiera son siempre las mismas, pudiendo variar de un sujeto a otro e incluso en un mismo sujeto en situaciones idénticas. Es más, según dice el apóstata Alba Noe (2010), el carácter de la experiencia consciente puede variar sin modificar la actividad neuronal. Esto es, la activación de una misma zona cerebral puede dar lugar a diferentes experiencias conscientes, por lo que lo que determina la experiencia no es la zona cerebral activada, sino el patrón de interacción con el entorno. Según parece, el sistema nervioso permite la experiencia, no la genera.
El trabajo que se lleva a cabo para conocer y revertir las activaciones cerebrales que se dan en la migraña es impecable; sin embargo, una emoción es la expresión de una dinámica interactiva. Lo que ocurre en el cerebro de una persona que sufre migraña no es, ni mucho menos, determinante. De hecho, hay muchos casos de personas que consiguen superar la migraña con intervenciones tan alejadas de la neurología como ponerse un piercing en la oreja, llevar una dieta o realizar ejercicio físico. La unidad de análisis no es la neurona, es la dinámica entre la persona y sus realidades interna y externa. Centrarse exclusivamente en el cerebro para superar la migraña es como aprender a bailar estudiando las fibras musculares.
Tratamientos para la migraña
El uso de fármacos para tratar de inhibir el área cerebral involucrada en una emoción no es nuevo. Hace ya unos años, al amparo de la fiebre locacionista, se desarrollaron los primeros fármacos antipánico que, al inhibir la funcionalidad de la amígdala, debían inhibir el pánico. Resultó que estos medicamentos, como demostró Antonio Damasio, en la mejor de las hipótesis producían una inhibición de las reacciones de ansiedad, dejando la percepción de miedo intacta. Según cuenta, es como enyesar completamente al sujeto y exponerle a un estímulo que le atemoriza: no podría reaccionar y precisamente por eso sentiría más miedo aún. Como demostró LeDoux (2015), para superar el miedo es necesaria una experiencia real y concreta.
El intrusismo, que aparece en la medida en que una disciplina no aporta soluciones, es motivo de preocupación para una neurología que, en lo tocante a la migraña, no tiene ni una explicación ni un tratamiento eficaz, lo que indudablemente ayuda a que los fieles se entreguen a la adoración de falsos ídolos. Hoy en día, lo único que sabemos con certeza sobre la migraña es que hay una activación cerebral concomitante a la experiencia de dolor en un organismo, por lo demás, sano. Solo estimando, en contra de toda evidencia, que tal activación surge de la nada como si fuera un error sináptico, podemos considerar a la neurología la especialidad indicada.
Por el contrario, esa activación no es más que parte de una emoción que surge de las dinámicas que se establecen entre la persona y su realidad interna y externa, que dista mucho de poder ser reducida a una activación cerebral aislada: se puede crear un estado psicológico activando la zona cerebral, pero creando un estado psicológico también se puede activar una zona cerebral. La percepción da lugar a una emoción, y la propia emoción repercute en la percepción inicial afectando de nuevo a la emoción… No se puede saber qué es la migraña mirando exclusivamente una zona cerebral.
Si tienes en cuenta qué es una emoción y cómo funciona, el papel del psicólogo adquiere un sentido muy claro en el tratamiento de la migraña, que nada tiene que ver con algo esotérico, mágico, traumas infantiles o hacer que las heridas no duelan. Este tipo de comentarios evidencia la pobreza que supone encuadrar una emoción como algo exclusivamente cerebral. Si el dolor es debido a daño físico, trata la lesión. Si no hay daño físico, trata la percepción.
Como demostró Koch (2012), las emociones se producen en el 80% de los casos por debajo del nivel de la conciencia, por lo que gestionarlas desde la lógica, el razonamiento o la explicación no tiene sentido. Una emoción, como la define Bennet, es competencia sin comprensión. Se trata de cambiar dinámicas, relaciones y modos de respuesta que se establecen entre la persona y su realidad interna o externa, es decir, cambiar el sistema en el que se desarrolla la emoción. Algo que, como comentaba, ya consiguen algunas personas que superan la migraña con «tratamientos» que no son más que diferentes formas de cambiar una percepción, lo que el médico húngaro Franz Alexander llamó experiencia emocional correctiva. El piercing o el ejercicio físico no funcionan por sí mismos, funcionan si logran cambiar la percepción. Por eso tales remedios no se pueden generalizar a otras personas. Mi labor ha sido sistematizar la forma más eficaz de crear esa experiencia emocional correctiva que cambia la percepción que causa el dolor. La activación cerebral no es más que una parte de esa percepción.
En el auto de fe al que me invitaron en Twitter se trataron otros temas. Amablemente, buscaron en mi cuenta temas valiosos para retuitearlos de forma que yo pudiese llegar a más personas, cosa que agradezco. Por ejemplo, una persona me retuiteó un tuit en el que reproducía unas palabras de Giorgio Nardone (junto a un meme) con las que explicaba que, en situaciones de escasez de comida, no existe la anorexia. Esta persona, conocedora de que Nardone es uno de los mayores especialistas del mundo en trastornos alimenticios y de que, por ejemplo, en la India, hasta hace unos años, la anorexia existía solamente entre las clases pudientes y no entre las familias que apenas disponían de comida, colaboró sin más interés que dar a conocer que una de las mejores formas de prevenir los trastornos alimenticios es educar en el valor de la comida, involucrando a los hijos en la preparación de los alimentos o no tirando la comida del día anterior. Se lo agradezco.
Algo que llamó mi atención, porque fueron varios, fue que además de ser médicos, también son expertos en psicología, freudianos concretamente. Hasta la semana pasada, iluso de mí, estaba absolutamente convencido de que me encantaba la psicología. Sin embargo, me hicieron ver que todo lo que digo sobre la migraña no tiene más fundamento que mi frustración por no haber sido médico, la máxima aspiración que puede tener un ser humano. La verdad es que, una vez he asumido que soy una persona de segunda categoría, me he sentido mucho mejor. Gracias de nuevo.
Eppur si muove… Ya hay neurólogos haciendo intervenciones similares, sin fármacos, que han demostrado ser eficaces. Ya hay investigadores como Lorimer Moseley o Peter O’sullivan que «curan» dolores sin tocar ni medicar a sus pacientes. Ya hay personas que superan la migraña con remedios que nada tienen que ver con la neurología.
Mi intervención deriva de estas perspectivas, y aunque la muestra es pequeña, tenemos personas dispuestas a dar su testimonio y estamos preparando un estudio mayor que permita sacar conclusiones.
En palabras de Paul Watzlawick, en la epistemología moderna, la tarea de la ciencia consiste en desarrollar procedimientos efectivos para un fin determinando. Esto puede significar que, en cinco años, una manera óptima de afrontar un problema puede ser superada por otra mejor. Y sin embargo esta no sería verdadera en detrimento de la anterior. Simplemente sería, a la espera de una forma mejor, más adecuada que la anterior. Según parece, no hay muchas razones para considerar a la neurología como la única disciplina capaz de aportar respuestas a la migraña, en detrimento de otras hipótesis. No queda más remedio que redoblar los autos de fe, las hogueras y las crucifixiones para mantener la fe hasta la parusía del fármaco redentor de la migraña. Que a nadie se le pase por la cabeza intercambiar puntos de vista sin faltar al respeto, no son formas de inculcar la fe verdadera.
Información sobre esta perspectiva:
Estudio de Choong Wan Woo y cols. sobre el papel del cerebro en la experiencia de dolor.
Artículo de prensa sobre el estudio de Choong Wan Woo.
Libro de Giorgio Nardone para entender las emociones.
Libro de Paul Watzlawick para entender porqué el queso curado no puede provocar migraña.
Estudio sobre la eficacia de la educación en fisiología del dolor en migraña.
Estudio sobre la eficacia de la educación en fisiología del dolor en migraña.
Estudio de Lorimer Moseley: Widespread brain activity during an abdominal task markedly reduced after pain physiology education: fMRI evaluation of a single patient with chronic low back pain.