La bulimia nace de una buena intención. Es un intento de poner paz en relación con la comida que, sin embargo, acaba en guerra. Cuanto más controlas, más descontrolas. La persona que sufre bulimia, con frecuencia, pasa su vida entre dietas y atracones, consigue bajar unos kilos que recupera al claudicar frente a la comida. A primera vista parece que el problema es el atracón o la falta de fuerza de voluntad, pero no. Según un estudio de la American Psychologist, que durante 18 años comparó los efectos de estar o no a dieta, el 80% de las personas que estaban a dieta acababa con sobrepeso, mientras el 70% de los que no estaban a dieta, volvían a un peso normal. Conclusión: estar a dieta engorda.
Comer es un placer, y reprimirlo hace que, inebitablemente, el deseo aumente. La clave está en la fase de privación, de ayuno, de comida sana y gimnasio en la que, las ganas de tu organismo por disfrutar del placer que le has prohibido, se acumulan hasta el estallido que arrasa con todo lo ingerible que encuentra a su paso.
¿Y qué haces después de la explosión? Como es lógico, te propones recuperar el control de tu organismo restringiendo la comida, pero esta vez muy en serio. “Esto no puede ser”, te dices a ti misma con absoluto convencimiento. Sin embargo no percibes que, como un voluntarioso hámster, te estás subiendo a una rueda que te dejará en el mismo sitio: un nuevo atracón.
Tardarás un día, dos, una semana… pero la privación acabará en un nuevo atracón. Porque en el momento en que, con toda tu buena fe, empiezas a privarte, has puesto la primera piedra del camino que te llevará de nuevo al infierno (atracón). Ya se sabe que el camino al infierno está empedrado de buenas intenciones.