
Los buenos padres son aquellos que se van volviendo innecesarios
La humanidad nunca vivió en un mundo tan seguro como el que vivimos actualmente. Sin embargo, trastornos fóbicos, la ansiedad y la depresión no dejan de crecer, sobre todo en niños.
Las consultas psicólogos infantiles están llenas de niños y adolescentes que no han tenido ocasión de desarrollar sus habilidades a causa de una excesiva protección por parte de sus padres. Y es que el camino al infierno está empedrado de buenas intenciones (G. Nardone). Más protección no siempre es mejor.
Estamos hablando de las familias hiperprotectoras
El estilo parental tiene dos dimensiones: aceptación y control.
- La aceptación se refiere a aceptar lo que es el hijo, valorando sus cualidades.
- El control se refiere a la directividad que ejercen los padres en la vida del hijo.
Las familias hiperprotectoras presentan un alto grado de aceptación y de control. Son padres que tratan de hacer la vida lo más fácil posible a sus hijos, dándoles toda la protección y todo el amor posibles, anticipando todas las posibles dificultades que puedan surgir. Sin embargo ese amor esconde una descalificación muy sutil:
hago todo por ti porque tú no eres capaz
Ser padres es el oficio imposible, no hay una guía definitiva que explique cómo criar a tu hijo. En esa incertidumbre, ser padre tiene que ver con convertirse en un guía atento a las necesidades del niño,
estimulando su crecimiento con exigencias razonables al nivel de sus capacidades
Algunas experiencias son debilitantes y deben evitarse. Sin embargo, hemos de proteger todo lo necesario, no todo lo posible. Si no va afrontando retos, no desarrollará la confianza en sus propios recursos. El veneno está en la dosis.
Si queremos que nuestros hijos se conviertan en adultos solventes, capaces de tomar decisiones, debemos empezar por delegar la responsabilidad en aquellas situaciones, triviales desde la perspectiva del adulto pero transcendentes desde la del niño, que al superarlas le harán adquirir la confianza necesaria para posteriores retos mayores.
Su vida es como un videojuego. Va pasando pantallas adaptadas a su nivel de habilidad, para llegar a la última pantalla: convertirse en un adulto solvente.
Si desde pequeños evitamos que tomen decisiones y asuman responsabilidades adaptadas a su nivel de desarrollo, no podemos pretender que, llegados a adultez, sean capaces de tomar decisiones verdaderamente trascendentales.
Esa capacidad se fragua desde las actividades triviales de la primera infancia
Este país es hijo de una dictadura en la que, hasta hace pocas décadas, se educaba a los niños con una excesiva riguidez. Y como el ser humano es de extremos, ahora nos hemos pasado al otro: salvaguardar y cuidar la creatividad del niño protegiéndole de toda experiencia traumática.
Incluso hay alguna teoría que recomienda no castigar ni poner demasiadas reglas a los niños porque podrían provocar estrés, sin darse cuenta de que es a través de la superación de los obstáculos que
los niños cogen confianza y logran el equilibrio psicológico
Mi vida son mis hijas
Laura tiene 47 años y vive en Bilbao. Tiene dos hijas de 17 años a las que adora. Su marido murió hace 7 años y tuvo que hacerse cargo de las dos niñas sin compañía.
Acude al psicólogo porque, aunque al fallecer su marido se volcó absolutamente en la crianza de sus hijas, no sabe si lo está haciendo bien. Son buenas estudiantes, de buen carácter; sin embargo, últimamente tiene la sensación de que, a pesar de ser casi mayores de edad, no toman la responsabilidad de sus vidas.
Ella cocina, limpia la casa, trabaja, hace las matriculas de la universidad para el año que siguiente, las lleva a todos lados, se ocupa de buscar residencia para el curso… y a su vez se queja de que ellas no cogen la responsabilidad.
Le pregunto si su madre la crió de la misma forma. Responde que no. Cuenta que ellos fueron 4 hermanos y su madre no podía dedicar tanto tiempo a cada uno de ellos.
Le hago ver que ella tiene una responsabilidad en la situación. Se siente mucho más segura cuando controla todo lo que concierne a sus hijas y, en el fondo, no les da la oportunidad de tomar la responsabilidad.
Aunque últimamente ha tratado de que hagan las tareas del hogar y se encarguen de sus asuntos, no ponen demasiado empeño.
Le pregunto a ver quién se responsabiliza en mayor medida de la vida de sus hijas, ¿ellas mismas o tú?
Yo, responde.
Ellas tienen la sensación de que su madre está siempre al volante. No tienen ninguna necesidad de tomar la responsabilidad. Y seguirá siendo así mientras ella actúe como una supermadre que puede con todo.
Decide que eso se terminó: ¡a partir de ahora me voy a desentender de todas las tareas que les conciernen a ellas!
Le respondo que es una forma de hacerlo, pero no la más efectiva.
Si lo hace por las bravas, puede que vayan cambiando. Pero esta forma tiende a provocar una reactancia en ellas, van a resistirse al cambio.
Por el contrario, si ella empieza a mostrarse vulnerable, responde a sus requerimientos diciendo que ella se encarga de todo, pero luego se le olvidan cosas… pide perdón y dice que no volverá a pasar, pero luego vuelve a pasar… ellas van a empezar a desconfiar de su madre y a tomar la responsabilidad sin reactancia. Eso es provocar el cambio desde dentro.
A las dos semanas vuelve muy contenta porque, con ese perfil bajo y olvidadizo, está viendo que sus hijas están empezando a preocuparse más. Le digo que no se relaje y que haga lo posible para transmitir menos confiabilidad.
Las familias cuyos hijos han pasado por una enfermedad prematura u otras dificultades, han de tener especial cuidado en no caer en la sobreprotección de sus hijos: tienden a verlos débiles, ayudándoles más de la cuenta.
Cuanto más le ayudan, más débil le hacen y la profecía inicial sobre su debilidad se acaba cumpliendo
Lo mismo ocurre en aquellas parejas en las que, por separación o por fallecimiento de uno de los cónyuges, recae sobre una sola persona la responsabilidad de la crianza, tendiendo a la sobreprotección.
No es tan importante lo que hacemos por nuestros hijos, como lo que les enseñamos a hacer por ellos mismos
La vida es como una obra de teatro, al principio salimos al escenario con nuestros hijos, les acompañamos en su obra. Sin embargo, poco a poco nos retiramos para quedarnos entre bambalinas, controlando pero dejando hacer, interviniendo solo cuando es necesario (laissez faire).
Es su obra, ellos son los protagonistas. Si te quedas en el escenario con ellos, no será una obra memorable.
Fuentes: Marcos Vázquez, Adolescentes violentos