La ilusión no existe en lo absoluto, como algo que podamos invocar en nuestro interior; la ilusión siempre es ilusión por algo. Así, esperar a que brote la ilusión para empezar a tener una vida, es la peor de las estrategias. La ilusión es consecuencia de aquello que haces.
La palabra motivación deriva de motivo, del latín motivus, que quiere decir movimiento. Entonces, para tener motivación e ilusión, tenemos que empezar a hacer cosas. Si te sientas a esperar a que venga la ilusión para hacer cosas, la ilusión nunca vendrá; si empiezas a hacer cosas, la motivación y la ilusión vendrán.
La neurociencia nos pinta el cerebro como si fuera un órgano ejecutivo que hace y deshace a su antojo. Sin embargo, el cerebro está muy lejos de ser un órgano ejecutivo, y esas cosas que oímos con tanta frecuencia: el cerebro hace, el cerebro piensa, el cerebro decide… no son más que mitos, neuromitos concretamente.
El cerebro no hace nada por su cuenta, de hecho se parece mucho más a un órgano mediador, aquel que nos pone en contacto con el mundo, que a un órgano ejecutivo. El cerebro no se puede entender separado del entorno: si lees un libro, tu cerebro cambia; si aprendes a bailar, tu cerebro cambia; si vas al monte, tu cerebro cambia… La ilusión empieza fuera de tu cerebro.