El que teme padecer, padece ya lo que teme.
Michel E.De Montaigne
¿Cómo superar tu fobia a las agujas?
La mayoría de las recomendaciones que dan los psicólogos para ayudarte a manejar tu miedo a las agujas, están encaminadas a evitar: pensar en algo agradable, hacer respiraciones, tratar de relajarte, hablar con el personal o decirte a ti misma cosas bonitas. Sin embargo, adivina qué: la evitación es la madre de todos los miedos. Así que, cuanto más evites, más se perpetúa tu miedo a las agujas. Debes evitar evitar, pero con cariño.
Miedo a las agujas
El miedo a que te perforen el cuerpo también se conoce aicmofobia (miedo al alkhme, a las puntas de lanza), o belonofobia (miedo al belone, a las agujas o dardos), o tripanofobia (miedo a los trypanon, a los taladrados). Un miedo muy común entre los niños, que un 3% de las personas adultas mantienen en forma de fobia, en un mundo que, bien sea por COVID, analíticas de sangre, administración de medicamentos, anestesia del dentista, tratamientos de belleza, tatuaje… es muy fácil que, tarde o temprano, tengas que someterte a una de ellas.
Según el DSM (la biblia estadística de los trastornos mentales que conviene usar como referencia para saber de qué hablamos, porque la usan todos los profesionales de la salud mental, pero conviene dejar de lado para intervenir eficazmente), la clasifica dentro de las fobias específicas, dentro de sangre inyección o daño y al lado de las fobias a los animales, ambientales y otros tipos.
Hablamos de fobia específica cuando aquello que da miedo a la persona es un objeto específico y externo a ella. La fobia generalizada, por lo general es el efecto de muchas fobias simples, y de un intento de control que se vuelve disfuncional: la persona ya no necesita ningún estímulo externo para tener miedo y ve amenazas por todas partes. Un miedo al miedo en el que la persona, al tratar de controlar sus propias sensaciones fisiológicas (taquicardia, sensación de mareo…) pierde aún más el control. El llamado ataque de pánico.
Evolución de la jeringa
¿Cómo hemos llegado a pincharnos con hierros con fines médicos?
Pues ha sido un largo proceso impulsado, principalmente, por la necesidad de encontrar una forma de usar la morfina de forma parenteral (intravenosa, subcutanea…). Algo que, de haber entendido antes cómo funciona verdaderamente el dolor, no se hubiera dado. La palabra jeringa viene del griego siringa, que quiere decir caña. Palabra que alude a un personaje mitológico, la náyade Syrinx, protectora de los cazadores. Cuenta la leyenda que, perseguida por el dios Pan (con el lujurioso deseo de poseerla), pide ayuda a sus hermanas ninfas.
Éstas, no quedó claro si con el ánimo de ayudarla, o más bien de librarse de ella, la convierten en un cañaveral. Pan, con todo su amor aún dentro, se abraza al cañaveral y nota el rumor que producen al ser mecidas por el viento, así que, en una formidable sublimación (como diría Freud, una forma de sustituir el deseo sexual), decide construir un instrumento al que llamó Siringa en honor a la ninfa Syrinx, también conocido con la flauta de Pan: varias cañas de diferentes tamaños unidas que vemos en las escenas bucólicas de pastorcillos.
Desde la antiguedad, griegos y romanos mostraban una noción de inyección cuando ponían veneno en las puntas de sus armas con la intención de meterlo en el cuerpo de sus enemigos, aunque ambién barruntaban la forma de meter sustancias en el cuerpo con fines curativos. De hecho los griegos idearon una caña unida a una vejiga con la que realizaban enemas, y hay constancia de que en Egipto, en el 900 a.C., un cirujano, Ammar ibn Ali al-Mawsili, usaba un delgado tubo de vidrio para succionar las cataratas de los ojos de sus pacientes, pero no para inyectar.
Es ya en el SXVIII cuando un arquitecto, Sir Christopher Wren, delineante de la Catedral de San Pablo de Londres, tras concluir que los nutrientes absorbidos en el tracto intestinal, son llevados por el torrente sanguíneo a todos los órganos, se pone a buscar la forma de intervenir directamente en el torrente sanguíneo.
Idea una protogeringa con la pluma de un ave y una vejiga de un animal pequeño en el otro extremo, que primero probó en un perro y después en él mismo para administrarse opio, la sustancia que, tras el descubrimiento de un derivado de esta (la morfina), impulsó el desarrollo de la jeringa con el ánimo de tratar el dolor.
Se van sucediendo los intentos de lograr una forma eficaz de jeringa, como por ejemplo el del cirujano londinense, John Hunter, que logró extraer, con algo parecido a una jeringa, semen de un paciente con una malformación congénita en el pena para llevar a cabo una inseminación artificial exitosa.
En 1839 los doctores neoyorquinos Taylor y Washington desarrollan la jeringa de Anel para introducir morfina.
A mediados del siglo XIX, un médico irlandes, Francis Rynd, que ejercía como cirujano en el Hospital Meath de Dublin, tenía una paciente con una supuesta neuralgia (término que hoy sabemos que carece de sentido, aquí te explico porqué) que le provocaba un fuerte dolor en la cara. La morfina oral no le hacía efecto y Rynd se propuso buscar la forma de inyectarla directamente bajo la piel de su cara, hasta que ideó un tubito con punta afilada para inyectarle la morfina.
En el S. XIX el cirujano francés Charles Gabriel Pravaz desarrolló a partir de la aguja hueca de Rynd, un modelo que podríamos considerar la primera jeringa, acoplándole un cilindro de plata unido a un trocar con un émbolo, que permitía administrar sustancias.No no llego a usar en humanos, solo en animales.
Es otro cirujano francés, Béhier quien lo da a conocer bajo el nombre de jeringa de Pravaz.
Una vez más, la historia nos demuestra que la necesidad agudiza el ingenio y facilita el progreso. Y en el caso de la aguja, su progreso fue íntimamente ligado a la necesidad de encontrar una forma de inyectar morfina para tratar el dolor, Alexander Wood, un médico escocés, con el ánimo de tratar la supuesta neuralgia de su mujer, es quien da el impulso definitivo para llegar a lo que hoy conocemos como jeringa hipodérmica, acoplando un tubo de vidrio. De hecho funcionó muy bien, demasiado bien, porque su esposa se volvió adicta a la aguja y murió de sobredosis.
De esta forma, llegamos a la actualidad, a unas jeringas altamente sofisticadas que permiten sacar y meter sustancias en nuestro organismo de forma efectiva y, como no, a tu fobia a que te perforen.
¿Cómo supero mi miedo a las agujas?
- Concretar. A la hora de dar recomendaciones generales para superar una fobia a las agujas, hay que ser precavido porque puede tener muchos matices. Puede que tu miedo no sea exactamente a la aguja sino a la sangre (hemofobia), a las heridas (traumatofobia), a desmayarte (astenofobia: evitación máxima), a perder el control (pánico: control que hace perder el control), a la sensación de la aguja en tu piel… por lo que, es necesario concretar para intervenir de forma adecuada.
- Tú en primera persona. Como dice Giorgio Nardone, “el miedo, o se supera en primera persona, o no se supera”. Así que contar tortugas, interesarte por la familia de la enfermera que te va a meter el estoque o hacer como si estuvieras en una clase de yoga, son formas de evitar que harán que se cronifique tu miedo.
Como habrás notado, esta entrada es una contraevitación: te introduzco en la historia de la jeringa e incluso te pongo alguna foto aquellas protojeringas y, sin darte cuenta (surcar el mar sin que el cielo lo sepa) conoces a tu enemigo, algo que te dará más confianza, y empiezas a dejar de evitar.
El siguiente paso sería que el psicólogo te ayude concretar cuál es tu miedo con respecto a las agujas, y ayudarte a contraevitar de una forma eficaz.
Si estás deseando vacunarte contra el Coronavirus, te quieres hacer un tatuaje o hacerte una infiltración, pero tu fobia a las agujas no te deja, escríbeme y te ayudo a superarlo.
Agradecimientos: Xabier Sierra Valentí